martes, 17 de febrero de 2009

CONDUCTAS DEL RIESGO VIAL

IMPRUDENCIA. "Una nena asoma la cabeza por la ventanilla", en Chascomús.

LOS CONDUCTORES HABLAN POR CELULAR, TOMAN MATE, LLEVAN EXCESO DE EQUIPAJE Y NO RESPETAN LAS VELOCIDADES MAXIMAS
Cuatrocientos kilómetros por la Ruta 2 con el corazón en la boca;

Clarín fue desde Buenos Aires a Mar del Plata y registró en la Autovía un catálogo de infracciones y maniobras peligrosas. El múltiple campeón de TC y TC 2000 Juan María Traveso fue de la partida: quedó asombrado por lo que vio.

La Autovía 2 es una herida abierta por la que se desangra una cultura. Por los 400 kilómetros de asfalto que unen Buenos Aires y Mar del Plata corren algo más que autos, micros y camiones: transita la amenaza demencial de la tragedia. Como una muestra de lo que no se logra ser ni respetar, el camino es una sucesión abundante de violaciones a las reglas, de irresponsabilidades, de desapego por la vida.Junto al multicampeón del automovilismo Juan María Traverso, Clarín recorrió una de las rutas más tradicionales del país para comprobar cómo manejan (mal) los argentinos. La conclusión es sencilla y dolorosa: el incremento de los controles, de los castigos y las campañas de concientización ayudan, pero la mayoría de los conductores todavía respeta poco la ley y a los demás: el exceso de velocidad, las faltas graves y la desatención son una evidencia mortal."Le damos poca pelota a la vida", resopla Traverso, conductor de lujo para la experiencia. Promedia el viaje y al auto del ex piloto, en el que viaja el equipo de Clarín, lo acaba de pasar la unidad 1025 de la empresa Plusmar. Es en la entrada del pueblo Castelli (kilómetro 182), los carteles a los costados y la señalización en el asfalto avisan que la máxima allí, en la rotonda, es de 60 kilómetros por hora. El micro viaja a más de 80.Como éste, la mayoría de los coches supera las velocidades permitidas. Son pocos los vehículos que hacen caso a la máxima. Es más, pareciera que se mofan del límite. Por allí pasó ayer un Renault Mègane que, a más de 160 km/h, atravesó la autovía con su chapa delantera tapada para evitar el "escrache" del radar. En ese descontrol resulta milagroso encontrar conductores que usen el carril izquierdo sólo para sobrepasar. Todo lo contrario, se usa para "chuparse" a otros autos, prepotearse con guiños de luces, apurarse unos a otros como en una carrera esquizofrénica hacia ningún lado. Prácticamente la mitad de los relevados en este viaje no usa de día las luces bajas reglamentarias. Ni siquiera micros y camiones. Traverso supone, no sin sarcasmo: "No sé, querrán pijotear. Primero que no entienden y algunos ponen la de posición. No viejo, la baja. La luz te da seguridad, te identifica aún en el día".En esta época de recambio turístico es común que abunden coches atestados de equipaje en el techo y trailers repletos de objetos. Superando el límite de velocidad, apareció por la banquina un auto viejo con todo tipo de cacharros agarrados al techo: una escalera, una mesa, un jarrón de vidrio, un colchón doblado. Tan insólito como la familia que clavó sombrilla en la banquina, a la altura de Chascomús, y se puso a tomar mate, exactamente debajo del cartel de terminantemente prohibido estacionar. O la que llevaba a una nena adelante, encima de su madre, sin cinturón de seguridad y con la cabeza fuera.Hay gente que maneja tomando mate, o hablando por el celular. Y el estado de la ruta tampoco ayuda demasiado a la seguridad. "Hay huellas y eso con lluvia es peligroso porque se arman charcos", dice Traverso. "La gente se cuida un poco más, baja la velocidad si ve que estamos", dice un agente, y hace silencio antes de la ironía: "El bolsillo hace posible muchas cosas". Y es eso lo que a veces los controla. El bolsillo, el castigo. ¿De la vida? Ni noticias.

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